#15
Yo no quiero ser frágil como una flor;
no quiero que mi cabello ondee al viento como el trigo o las hojas de los
arboles
Yo no quiero que mi cuerpo sean montañas, valles e
inundaciones;
no quiero que mi carácter sea una tormenta o un mar en calma.
Y quien no entienda mi enfado de ser comparada a los
elementos, no tiene nada que hacer si no que preguntarse por su ceguera.
No digo que los elementos en sí mismos no tengan belleza,
todo lo contrario. Pero tienen su propia belleza en lo salvaje y variable.
La mujer, tan definida en su gloria y alzada como matrona,
diosa, inalcanzable, arte, …
acaba siendo ese otro que poseer.
Acaba siendo maldita, despreciada y acabada – si
no es como debería ser, claro.
Y os preguntareis… ¿Cómo debe ser una mujer? Pues bien,
debe ser frágil,
virginal, inocente y tenga todos los encantos de la juventud.
Es por ese
motivo, que todas acabamos ‘no siendo’.
Nosotras venimos de la naturaleza,
al igual que vosotros.
Pero a los escritores y poetas se les llena la boca de alabanzas no pedidas y
casposas.
Nosotras venimos de la naturaleza y no por ello somos ella,
somos
nuestro propio ser y estar.
Nuestro propio cuerpo,
que agradecemos a nuestra
madre por tener y gozar.
Al igual que el vuestro,
desagradecidos.
Nuestros pechos, son eso, pechos.
Y nada más.
Nada que ver
con montañas escarpadas y cimas que conquistar;
no somos ‘’conquistables’’
porque no somos objetos ni premios que alcanzar.
Nuestras vaginas, son solo eso, vaginas.
Donde sangramos cada mes y con suerte
no morimos en el intento.
No tiene nada que ver con cuevas cavernosas y
virginidades robadas.
Y por supuesto no tenemos maldiciones en nuestras
menstruaciones,
ni somos menos cuando ya no las tenemos.
Simplemente es eso,
sangre y un óvulo no fecundado.
Al separarnos de la madre tierra, no querer ser ese otro
parece como si la estuviéramos
traicionando o no quisiéramos saber de ella.
Precisamente, por el hecho que
cortamos el umbilical con nuestra madre,
la madre de todas/os nos proclamamos
individuales.
Seres completos.
Pero que siempre estaremos sujetas a ella.
Del
polvo venimos y en polvo nos convertiremos,
cuando nuestra muerte alimente la
tierra y una nueva vida nazca y crezca;
pero no por ese hecho somos de barro y
moldeadas a idea de los varones.
La costilla de Adán, decían; obvio que el Dios cristiano es
un hombre.
Si dejáramos de ver a la naturaleza como un objeto,
como un
otro,
no sería tan distante,
tan diferente
y podría formar más partido de
nuestras vidas.
En lugar de ‘conquistarla’
que ella nos conquiste a nosotros
Y entonces, solo entonces donde seamos un todo,
seremos
iguales.
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